EL
VUELO DE LOS CONDORES
Veamos el
argumento. El niño Abraham, entonces de 9 años de edad, se entusiasmó
sobremanera con la llegada del circo a su pueblo. A la salida de la escuela se
fue al muelle a contemplar el desembarco de los artistas. Entre ellos vio a una
niña rubia que le llamó mucho la atención. Tanta fue su impresión que el circo
devino para él en una idea fija. Entre sueños, vio a todos los artistas
desfilando delante de él, entre ellos a la niña rubia, que la miraba sonriente.
De vuelta a la vida real, recibió una sorpresiva y grata noticia: su padre
había comprado entradas para que toda la familia fuera al circo a gozar con el
espectáculo. Leyendo el programa, Abraham se enteró que uno de los números más
emocionantes y peligrosos, denominado “el Vuelo de los Cóndores” sería
realizado por una niña trapecista, apodada Miss Orquídea, que no podía ser otra
que la misma criatura bella que viera en el muelle. Muy emocionado Abraham
asistió al espectáculo. Ante sus ojos desfilaron el barrista que daba el salto
mortal, el caballo que respondía los problemas de aritmética con movimientos de
cabeza, el oso bailarín, el mono que hacía formidables piruetas y los graciosos
payasos. Sin embargo, el número central era "El Vuelo de los
Cóndores" cuya magnificencia se plasmaba en el ritmo gimnástico del
movimiento y el suspenso generado en los asistentes. Se trataba de que Miss
Orquídea cambiase de trapecio desde una altura muy elevada. La osadía de la
prueba fue tan impactante que de lejos fue el acto más aplaudido. El clamor del
público hizo que el dueño del circo ordenara la repetición del acto, pese a su
peligrosidad. Pero esta vez la niña se soltó antes de tiempo y cayó, salvándole
de una muerte segura la red protectora, aunque resultó muy herida. Abraham
quedó muy apesadumbrado por este terrible accidente. El circo continuó sus
funciones aunque ya no dieron más la acrobacia. Luego, en una de sus paseos
habituales cerca al muelle, Abraham vio a Miss Orquídea postrada en un sillón,
en la terraza de una casa situada frente a la playa. La vio muy pálida y
delgada. Ocho días seguidos fue a contemplarla desde cierta distancia. La niña
solo le sonreía. Al noveno día, Abraham ya no la encontró y entonces recordó
que el circo estaba a punto de partir. Corrió entonces hacia el muelle, y llegó
justo antes de que los artistas empezaran a embarcarse. Entre ellos divisó a la
tierna artista, que tosía repetidamente; avanzando entre la muchedumbre logró
alcanzarla. La niña lo miró e hizo un esfuerzo para brindarle una última
sonrisa, diciéndole "adiós", que él correspondió de igual modo. Luego
ya en el bote pequeño que la conducía al vapor, la niña sacó su pañuelo y de
lejos lo flameó como último gesto de despedida. Abraham la contempló, moviendo
la mano, hasta que la vio perderse definitivamente en el horizonte. El adiós de
Miss Orquídea fue triste pero, no obstante, la dulzura de su espíritu quedó
eternamente grabada en la memoria de Abraham.
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